Lazy sabía que era el sueño erótico de muchos hombres y no dudaba en sacarle partido. Vestía seductoramente y coqueteaba descaradamente, creando tensión y deseo a su alrededor. Adoraba provocar miradas lascivas y suspiros de admiración.
Un día, Lazy conoció a Leo, un apuesto playboy de ojos verdes y sonrisa encantadora. No tardaron en conectar, fundiéndose en charlas absurdas, risas y coqueteos descarados.
Leo, embelesado por la belleza de Lazy, le propuso continuar la velada en su apartamento privado. Lazy aceptó, ansiosa de descubrir hasta dónde podía llevar aquel juego peligroso.
Una vez a solas, Leo la empujó suavemente hacia el sofá, besándola con urgencia. Sus manos se deslizaron ávidas por el contorno de su cuerpo, provocando estremecimientos.