Emma y Lara eran dos jóvenes vecinas de piso. Se conocieron un día en el ascensor y desde entonces no se separaron. Eran bellas, sensuales y adoraban divertirse juntas. Una noche, Emma invitó a Lara a una fiesta de disfraces en casa de unos amigos. Decidieron vestirse como dos sexy enfermeras, con lencería negra y tacones altos. Querían causar sensación.
Llegaron a la fiesta y no tardaron en ser el centro de todas las miradas. Los hombres no dejaban de susurrar, embobados por su belleza. Emma y Lara se sentían poderosas y deseadas. Al cabo de unas copas, la fiesta se transformó en una orgía desenfrenada. Parejas se besuqueaban por doquier mientras otras tenían sexo salvaje. El ambiente se volvió cargado y embriagador. Emma y Lara se miraron, sintiendo que la tensión sexual crecía entre ellas, prohibida y ardiente. Sus cuerpos reaccionaron sin control, ansiosos de toque y caricia. No podían negar lo que sentían, por más tabú que fuera. Vámonos de aquí – susurró Emma. Lara asintió, sonrojada y temblorosa.
Salieron de la fiesta y se dirigieron al apartamento de Emma. El ascensor se sintió mucho más estrecho y la espera, insoportable. Se miraban de reojo, conteniendo el aliento. Una vez solas, se fundieron en un beso hambriento y devorador. Sus manos exploraron sensualmente cada centímetro de piel, descubriendo y creando chispas.
Pronto la ropa cayó al suelo, abandonada. Se dejaron llevar por la ola de placer que se apoderó de ellas, explorando sus cuerpos con besos, caricias y susurros ardientes. Alcanzaron el clímax entre jadeos y gemidos, sintiendo el éxtasis de unirse e inhibirse en lo prohibido. Yacieron agotadas y felices, contemplando los restos de su pecado.
Habían traspasado límites y ya no había vuelta atrás. Sus corazones latían al unísono, sinceros. Se miraban sonrojadas, sin vergüenza de lo que habían descubierto.
El apartamento se convirtió en el escenario de su primer pecaminoso encuentro, preñado de secreto y deseo. Nada volvería a ser igual, y así lo querían. Habían descubierto el placer de entregarse a lo prohibido, y lo harían cuantas veces fuera necesario.
Sus vidas dieron un vuelco aquella noche, y no querían que cambiara.