Marco y Álex eran los mejores amigos desde la infancia y compartían piso desde que se mudaron a la ciudad grande para estudiar. Pese a los años de amistad, nunca habían explorado su sexualidad más allá de las curiosidades comunes en la adolescencia.
Un día, después de una noche de copas en la discoteca gay de moda, volvieron a casa bastante ebrios. Marco se desplomó en el sofá, soltando una carcajada. Álex le siguió, tirándose encima.
Quedaron cara a cara, sus rostros muy juntos. En un instante, las risas se apagaron y algo cambió en la mirada de ambos. Un brillo de deseo y ansia se encendió, y se sintieron embargados por él.
Sus labios se juntaron casi sin pensarlo, explorando y degustando el sabor de la cerveza y del cigarro en la boca del otro. Un escalofrío los recorrió, excitándolos. Sus manos comenzaron a deslizarse por los cuerpos, acariciando y palpando con urgencia.
Pronto las ropas cayeron al suelo, abandonadas, y se encontraron desnudos pero aún inseguros. Se miraron de nuevo, buscando la aprobación del otro, y finalmente se entregaron al placer con total devoción.
Exploraron y descubrieron las sensaciones más prohibidas y placenteras, saciando un deseo que siempre estuvo presente sin ser reconocido. Sus cuerpos se fundieron en un éxtasis frenético y desinhibido, liberándose de cualquier prejuicio o tabú.
Yacieron exhaustos en el suelo del salón cuando todo acabó. Sus miradas se encontraron de nuevo y sonrieron, sintiendo que algo había cambiado definitivamente entre ellos. Seguían siendo los mejores amigos, pero ahora habían traspasado los límites de la amistad, descubriendo un nuevo territorio de placer y pasión.
La bisexualidad y el amor siempre fueron libres de ataduras en su relación. El sofá donde todo comenzó se convertiría en un lugar cargado de recuerdos, atestiguando el nacimiento de una unión mucho más profunda. Nada volvería a ser igual entre ellos, y no querían que fuera de otra manera.